Ve y pon un centinela (HarperCollins) (Spanish Edition) by Harper Lee

Ve y pon un centinela (HarperCollins) (Spanish Edition) by Harper Lee

autor:Harper Lee [Lee, Harper]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
editor: HarperCollins Español
publicado: 2015-07-14T23:00:00+00:00


El sol aún no había levantado ampollas en las aceras de Maycomb, pero no tardaría en hacerlo. Aparcó delante de la tienda y entró.

El señor Fred le estrechó la mano, dijo que se alegraba de verla, sacó una Coca-Cola mojada de la máquina, la secó con el delantal y se la dio.

«Esta es una de las cosas buenas de la vida que nunca cambian», se dijo Jean Louise. Mientras él viviera, mientras ella siguiera regresando a Maycomb, el señor Fred estaría allí para brindarle su… sencilla bienvenida. ¿Qué personaje era? ¿Alicia? ¿Brer Rabbit? No, era Topo[34]. Topo, cuando regresaba de algún viaje largo atrozmente cansado, siempre encontraba lo conocido esperándolo para brindarle su sencilla bienvenida.

—Yo me encargo de la lista, usted disfrute de su Coca-Cola —dijo el señor Fred.

—Gracias, señor —respondió Jean Louise. Echó un vistazo a la lista de la compra y abrió más los ojos—. La tía cada vez se parece más al primo Joshua. ¿Qué quiere decir con «servilletas de cóctel»?

El señor Fred se rio.

—Creo que se refiere a servilletas de fiesta. Que yo sepa, su tía nunca ha probado un cóctel.

—Ni lo probará.

El tendero siguió con su tarea, y poco después gritó desde el fondo de la tienda:

—¿Se ha enterado de lo del señor Healy?

—Eh… hum —dijo Jean Louise. Era hija de un abogado.

—Ni se ha enterado —afirmó el señor Fred—. Para empezar, no sabía ni adónde iba, el pobre. Bebía más licor barato que ningún ser humano que yo haya visto. Fue su único logro en esta vida.

—¿No solía tocar el jug[35]?

—Sí, claro —respondió el señor Fred—. ¿Recuerda cuando organizaban aquellas actuaciones en el juzgado? Él siempre estaba ahí, soplando el jug. Lo llevaba lleno y se bebía un poco para bajar el tono, y después bebía más para que sonara muy grave, y entonces tocaba su solo. Siempre era Old Dan Tucker, y siempre escandalizaba a las señoras, aunque nunca pudieron demostrar nada. Ya sabe usted que el alcohol puro apenas huele.

—¿De qué vivía?

—Creo que de una pensión. Estuvo en la guerra de Cuba… Aunque, si le digo la verdad, sé que estuvo en alguna guerra pero no recuerdo en cuál. Aquí tiene su compra.

—Gracias, señor Fred —le dijo Jean Louise—. Dios mío, me he olvidado el dinero. ¿Puedo dejar la cuenta en el despacho de Atticus? Vendrá dentro de un rato.

—Claro, querida. ¿Cómo está su padre?

—Hoy no está muy bien, pero estará en el despacho aunque caiga un diluvio.

—¿Por qué no se queda usted en casa esta vez?

Jean Louise bajó la guardia al ver que en la expresión del señor Fred no había más que buen humor desinteresado.

—Lo haré, algún día.

—Mire, yo estuve en la guerra —dijo el señor Fred—. No fui al extranjero, pero he estado en un montón de sitios de este país. No tenía ganas de regresar, así que pasé fuera diez años, pero cuanto más tiempo pasaba lejos, más extrañaba Maycomb. Llegó un punto en que sentí que o volvía o me moría. Uno nunca consigue sacárselo de dentro.

—Señor Fred, Maycomb es como cualquier otro pueblecito.



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